Siento el cuerpo abrigado, pero el alma me duele del frío. Afuera, en la calle, todavía no escucho a nadie. El frío cala los huesos. Hasta incluso da la impresión que al sol se le han pegado las nubes en la corona solar, y se abandonó al descanso.
No sé bien qué puede pasar, pero, a pesar de que el cielo permanece dormido, mis sentidos se han activado muy temprano; aprecio un tenue rayo de luz, el cual me produce una vivaz sacudida en mi interior que no sé explicar, sin embargo, me calienta el cuerpo y el alma.
Ahora me doy cuenta que igual que el sol, yo también me hallaba aturdida en mi vacío. Afuera, en la calle, escucho la composición musical de ¡buenos días!, y el ¿qué tal está?, asimismo, el ir y venir de los vehículos.
No sé bien que puede pasar, pero, cuando tu cuerpo abriga a mi cuerpo, ya no me duele el alma con la misma intensidad.
Siento el cuerpo abrigado, y el alma aliviada del frío. Tu calor me cala hasta lo más profundo de mi espíritu y a tu lado me encaramo a la vida sin interrupción.
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