Sin prisas (de mi libro «Sombras de luces»)

Ayúdame a no olvidar tu mirada, tus manos, tu voz, tus gestos, tus besos, tus pasos al andar, tu sonrisa contagiosa. No acierto a imaginar que puedo olvidarte y perderte para siempre. Imaginarlo hace que se me encoja el corazón. Ya es tarde para permitírmelo. No voy a dejar que mi memoria empiece a olvidarte y a quedarse sin recuerdos de ti ni de aquellas experiencias que compartimos un día.

Soy la «dueña» de mi corazón y no puedo consentir que desaparezcas como si no hubiéramos vivido las mismas experiencias, libres, con la convicción de que la propiedad de nuestros corazón se entrega cuando nos ofrecemos en auténtica libertad, con la solidaridad y la honestidad de la que somos capaces. Concédete un tiempo para mirarme, para darme otra vez tu mano, y así no me sentiré sola. Escuchar tu voz calma la sed de mis inseguridades. En ciertos momentos difíciles, cuando se me echan encima las situaciones más inesperadas, curiosas y dolorosas, me regalas la complicidad de tus gestos. Sin prisa, pero sin dejar que se cuele el olvido, necesito decirte que tus besos son parte de tu complicidad en mi ser. De ese modo, en los lugares en que nos vamos a ver, donde yo te cuento y tú me cuentas, cómplices los dos de nuestras vidas, disfruto de tu particular caminar, siempre deprisa y armonioso.