Cuando te tengo a menos de medio metro de mi te busco con celeridad para darte un fuerte abrazo con el que confortarte y que tú me confortes. De pronto, de nuestras miradas surgen una luz tan suave que parece que llega de otro universo: el sol. El viento arrastra al estado de ánimo que nos azota el corazón por el gran temor que tenemos para enamorarnos al no saber qué es lo que nos depara el destino y la vida, e incluso aleja de nosotros el temor del «qué dirán». Reacciono. Tengo que elegir: Vivir por tenerte cada día tan cerca; piel con piel, o, por el contrario, morir de melancolía y soledad.
A cada momento que te estrecho entre mis brazos y miro la forma en la que se cierran tus ojos cuando me hablas, y tu sonrisa, tan fuera de lo natural, soy consciente que de esta vida solamente me llevaré aquello que se me quede pegado en la piel.
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