Respiré, aun cuando creí que no seguía con vida.
En el instante en el cual intuí que todo estaba perdido e incluso que nada de lo que acontecía tenia remedio, decidida a tirarme con la toalla al suelo; sin saber muy bien, cómo, ni cuándo, ni desde dónde, ni porqué, ¡me di cuenta que la vida cambia!
Por esta razón luché con vehemencia por librarme de las garras de la socarrona pena.
Respiro y vivo porque el hecho de estar vivo siempre conlleva aparejada la opción de que la adversidad también puede ser sátira sobre su propia ironía.
Late la vida, y con ella mis pulmones se hinchan, no puedo contener lo que brota en mi interior. El alma se hace grande por la noche al contemplar el cielo cubriéndose de estrellas, y hasta la manera en como la luna en muchas ocasiones se viste de seda.
En muchas ocasiones he sido testigo directo, y ya no me importa ser parte del proceso de ver la manera como la vida sustituye la amplia gama de la carta de colores por el tono blanco y negro. Ahora sé que mis recuerdos también se guardan hasta la eternidad en ese idéntico tono de color. Así, vivo sin hacer caso a la ironía socarrona que me acecha cada día.
Paseo en diciembre cerca de cualquier plaza o próxima de un patio o jardín y, las flores de pascua ya esparcen sus olores, los cuales me conducen a tiempos concretos donde añoro personas y hechos del pasado, pero ahora en un tono gris, el cual se transforma en color al traerte hacia mí.
Respiré aun cuando creí que no seguía con vida.
Desde aquel tiempo, cuando tengo la impresión que todo está perdido, un rayo de sol cruza veloz por la ventana de mi espacio donde escribo y hace que mi alma brille con más ganas, y esperanza.
Mis manos se disparatan y realizo un manuscrito de todo cuanto aquello que trina en mi interior.
La vida ya no es la misma de hace un rato. Sin ironía. Tu recuerdo, y también tu compañía más sincera hace que mi mal se espante. La vida me cambia: respiro viva.
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