Cada despertar las emociones se vuelven armoniosas melodías, lo vivido y lo sentido, cada una de ellas se vuelcan en querer ser la elegida, algo que resulta difícil en muchas ocasiones, ya que cada una guarda sobre sí misma significados, recuerdos, y épocas únicas que las hacen especialmente especiales. En el corazón un tilín por cada emoción que se hace presente y la hace ser muy especial.
Todas quieren salir del rincón más profundo y nadie, tiene el poder, ni el derecho de callar, rechazar, quitarles la libertad… ¡Silenciarlas en vida, callar tú verdad!
Desde los sentimientos y las emociones se da así el canto a la libertad, el aliento para no permitir que nadie ponga límites, ni coaccione, que nadie diga cómo, ni cuándo. Lo que es verdad y lo que no. Lo bueno y lo malo. La lucha por uno mismo, valor, cariño e inquietud a las cosas que se quiere y a quiénes se quiere… Las cosas que hacen y las que de igual modo harán de la vida plenitud… Desde el deseo y la lucha, que nadie invite a retroceder en deseos e ilusiones, por poner las suyas por encima de las de los demás, sin dar valor que le damos. Que nadie ayude a que las lágrimas broten… La dignidad en pleno rugir.
Ni por un momento distraer al corazón, teniendo plena consciencia en que nadie puede ni debe tener poder para cortar las alas del vuelo de vida. entrar en las emociones y desmarcar cualquier retraigo de emociones; ganas por vivir y luchar… vida, vida… desde el rincón más profundo donde sacar y brotar vida, siempre viva. Más que silenciar la vida. Darle voz grito a la vida… Porque sólo cada uno, más nadie, es capaz y puede, poner silencio a cada verdad, a la vida… ¡Darle voz, grito a la vida!… ¡Sin una lágrima más!… ¡Regresar el hambre!… Las ganas de vivir!
Es con esta canción de Manuel Carrasco y Malú, la que me parece un ejemplo por letra y música la que nos dice abiertamente y anima a no dejar que nada de eso ocurra. Valorar y querer profundamente lo que queremos. Sin silenciar la dignidad, la vida.
Verdad amiga, ser lo que somos es mejor, mira somos tontos al engañarnos solitos, teniendo la ocasión para decir las cosas… nos callamos, y dejamos nos callen!! vamos a nuestras cosas y nos importan un bledo la de los demás… malas personas. egoistas!!
Lo dijiste en otro de tus escritos, no hay quién pueda obligarnos a callarnos!!!
…depende de las circunstancias.
A mí, el silencio me facilita la reflexión: estar encerrado en mi dormitorio rodeado de libros – con la Biblia como referente – y con música muy baja; estar en el monte; en Izaña; en un rincón apartado de una playa; o, simplemente, en mi casa, solo.
Ante el mundanal ruido del exterior físico y/o virtual (ordenador), en donde la falsedad, la mentira, el egoísmo, la irresponsabilidad, las cosas mal hechas, el barullo, la banalización, la pérdida del sentido común… campan a sus anchas, a veces – sólo a veces – el silencio me proporciona esa reflexión y paz necesarias para que todas esas cosas dejen de perturbarme; aunque sólo sea por una temporada.
Pero quiero insistir en el «a veces» citado antes. Porque el silencio – en sentido amplio; incluyendo por tanto la inactividad o pasividad – es perjudicial no sólo para uno mismo, ya que se arriesga a ser huraño, hosco, retraído, arisco, introvertido, melancólico; en definitiva, misántropo. También es negativo para la sociedad, siendo egoísta con ella. A este respecto, Cicerón (106 a.C. – 43 a.C.), en el Capítulo IX de su última obra maestra «De Officiis», viene a decir que son muchos quienes faltan a su obligación en defender a los demás ya sea por no cobrarse enemigos, para huir del trabajo, para no meterse en gastos, por indolencia, pereza, flojedad, conservar sus haciendas o por un espíritu de insociabilidad. Todos ellos no caen en un extremo de la injusticia (a saber, no hacer daño a nadie en particular) pero sí pecan contra la sociedad humana, por cuanto no emplean su servicio, su cuidado, sus facultades, su trabajo en aras del bien común.
Y es cierto. Pero entiendo que no de modo absoluto. Una vez más, estamos en la búsqueda del término medio: silencio sí, para reflexionar cuando procede y es necesario; pero no siempre. Comunicabilidad, también sí; pero tampoco siempre.
Un abrazo muy fuerte, Arancha 🙂